viernes, 3 de diciembre de 2010

La frase del poeta

 
Introducción
Motivados por una incurable curiosidad un pequeño grupo de curiosos investigadores decidieron aclarar el misterio implícito en las palabras del poeta, palabras que, según él dijo, calaron en lo más profundo de su ser alterando por completo el concepto que hasta el momento de pensarlas había tenido sobre la existencia.
     Aquella frase, habían comentado algunos amigos del poeta, fue la que le había llevado al abandono total de la poesía y la que le había motivado a dedicarse a un profundo análisis que realizó sobre la sociología humana y las reacciones ante ciertos estímulos, en concreto ante uno y más en concreto ante su frase reveladora.
     Los análisis del poeta, de los que se oyó hablar bastante a él mismo y a un amigo muy gracioso del anterior nunca fueron encontrados. Los curiosos investigadores, no conformes con la existencia de aquella gran laguna y de todas las dudas que había suscitado el comportamiento del poeta durante sus últimos años de vida, decidieron resolver tan excitante misterio y una noche clara entraron a aquella que había sido su casa y robaron tanto su diario personal como su cuaderno de observaciones y algunos caramelos. Tras largos años de arduo análisis e investigación consiguieron, al fin, descifrar su letra, legando al mundo un escrito pasado a máquina en el que podían entenderse todas las palabras que el poeta había redactado a lo largo de los años. La transcripción del manuscrito, desgraciadamente, no fue leída por nadie a causa de su gran aridez, pero sobre todo porque era un coñazo, así que los investigadores, en su afán por dar a conocer al mundo el significado de la peculiar frase, decidieron realizar una síntesis en la que explicaban lo que creyeron fueron las causas que llevaron al poeta a creer tan ciegamente en aquellas palabras que habían cambiado su vida, así como los posteriores análisis que con ellas realizó durante sus estudios sociológicos.  Pero tampoco conformes con eso, el grupo de simpáticos y trabajadores investigadores llevó a cabo una pequeña hipótesis en la que se intentaba esclarecer el significado de aquella escabrosa frase, su contenido y las implicaciones profundas que llevaba consigo. 
     En este artículo presentamos el laborioso trabajo llevado a cabo por este pequeño grupo de científicos investigadores.
     Nota: Queremos hacer constar al lector que la importancia de la frase del poeta no sólo pudo percibirse en el cambio profundo de la actitud del poeta mismo, en el abandono de la poesía y de algunos de sus amigos, sino que fueron además las palabras que se dedicó a pronunciar sin descanso durante tres días cuando se hallaba moribundo en su lecho de muerte.

La frase del poeta. Análisis y comentarios

Ante todo y antes de empezar nuestro análisis escribiremos aquí aquellas palabras profundas con las que el poeta consiguió durante algún tiempo confundir a sus amigos y a su madre, a la que siempre le había gustado la poesía. Parece ser que la frase se le ocurrió un buen día, como cualquier otro, pero desde ese día, ningún día, dijo él, volvió a ser como ningún otro.
     Transcribimos la frase sin modificaciones, tal como el poeta la concibió, intentando de esta manera no introducir ningún criterio subjetivo, ni valoración alguna que se anticipe al posterior análisis. La frase que el poeta concibió aquella tarde de ventisca fría en la que cambió su vida fue: “Yo creo que todo es una idiotez distractiva y me importa un pijo”.
     Dejamos ahora un pequeño espacio en blanco, con el afán de que el lector se detenga un momento antes de proseguir la lectura y proceda a interiorizar el profundo simbolismo y las diversas connotaciones que esta clara y directa frase conlleva, con el fin de que más tarde pueda comparar sus opiniones forjadas sobre el tema con nuestras aproximaciones, de las que en el fondo no estamos del todo seguros, y con nuestros intentos por aclarar el significado de esta polémica frase que ha confundido durante tanto tiempo a nuestros antes sosegados y relajados pensamientos. Nos gustaría mucho que el lector, libre de influencias, pensara un poco en estas tan sabias palabras que, a pesar de nuestro exhaustivo análisis, aún no hemos sido capaces de comprender del todo y agradeceríamos a cualquier interesado que nos enviase sus reflexiones a la dirección anotada en la última página del ensayo, con tal de lograr, con la colaboración de varias mentes que unen sus esfuerzos y sus pensamientos, el esclarecimiento del profundo misterio que se forja sobre nosotros. Gracias anticipadas.
     Espacio en blanco, orientado a la reflexión personal.









Para facilitar la comprensión del análisis lo hemos dividido en varios apartados que intentan recoger, paso a paso, el proceso mental que siguió el poeta antes, durante y después de la creación de su celebre frase. Así, ordenado en el fluir de esa maravillosa creación que es el tiempo, hemos creado tres apartados que hemos considerado los más importantes y a los que hemos denominado de manera simple para evitar cualquier tipo de confusión: el antes, el durante y el después.
El antes
Intentamos describir en este apartado la causalidad. El origen y las causas que llevaron al poeta a elucubrar tan brillante pensamiento.
     Procedemos a aclarar primero las circunstancias que rodeaban en aquel entonces la misteriosa vida del poeta.
     Durante aquellos meses de otoño que precedieron al momento de la creación, el poeta se hallaba confundido, según le comento él mismo al barman de su bar preferido. Citamos textualmente las palabras que pronunció el poeta, información que hemos obtenido tras un exhaustivo interrogatorio al barman en cuestión.
     - Estoy confundido, me dijo -dijo el barman.
     De todo esto podemos concluir que antes de la creación el poeta estaba confundido. Este hecho confundió un poco a todo el equipo de investigación, pero gracias a esta experiencia hemos podido comprender, vivir en nuestras propias personas el estado en el que se hallaba el poeta y poder, a raíz de este fenómeno, describir a la perfección la sensación que el poeta sentía.
     Confusión: Mezcla. Perturbación. Perplejidad. Desorden. Vergüenza. Humillación, oprobio.
     Nótese que queriendo parecer objetivos hemos eliminado al final nuestra opinión con respecto a ese peculiar estado de la condición humana y hemos descrito la situación del poeta tal como la define el Diccionario Ilustrado de la Lengua Española, confiando en el extenso y amplio conocimiento que poseía el poeta del lenguaje, y confiando también en que cuando utilizaba la palabra lo hacía conociendo perfectamente su significado. Esto supondría que cuando el poeta dijo, “estoy confundido”, se refería a que estaba confundido y a ninguna otra cosa más. Es decir, sentía una mezcla, perturbación, perplejidad, vergüenza, humillación u oprobio. Aquí empezaron nuestros problemas. ¿A cuál de todas estas cosas se refería el poeta? ¿Se sentía mezclado, perturbado, oprobiado?
     Nota: No hemos tenido el tiempo ni los recursos necesarios para comprobar si esta última palabra existe, por lo que rogamos al lector no lo tenga en cuenta, en el caso de que, en efecto, tal palabra no existiese.
     Nos hallábamos sumergidos en un mar de interrogantes y no conseguíamos dar con la manera de descubrir lo que significaba realmente la confusión para el poeta, así que tras múltiples interrogatorios, horas de investigación, encuestas y fichas estadísticas, descubrimos que el problema no tenía solución. No quisimos darnos por vencidos y decidimos, para salir del dilema, echarlo a suertes. Escribimos en siete papelitos cada una de las definiciones, y un miembro del equipo escogido al azar por otro miembro del equipo que también había sido escogido al azar por otro miembro que a su vez había sido escogido a través del mismo método, eligió uno de los papelitos, al azar. Salió el que tenía escrita la palabra “mezcla”. Decidimos confiar en el destino y aceptar que aquél era el estado en el que se hallaba el poeta cuando habló con el barman. Por tanto, cuando el poeta pronunció las palabras “estoy confundido”, en realidad lo que quería decir era “estoy mezclado”.
     Todos nos alegramos mucho ante tal descubrimiento y nos pusimos tan contentos que fuimos a celebrarlo a un bar. Tuvimos que suspender la investigación durante unos días debido a lo poco acostumbrados que están nuestros cuerpos trabajadores a los efectos del alcohol, pero al cabo de una semana nuestros cuerpos se sentían otra vez valientes, luchadores y con renovadas energías, así que volvimos a la lucha.
     Mientras nos hallábamos de camino al centro de estudio nos encontramos a un amigo al cual hacía tiempo que no veíamos y nos dio tanta ilusión que creímos que Dios estaba con nosotros y nos enviaba señales alentadoras para que siguiéramos adelante. En tal estado de éxtasis infinito nos hallábamos cuando llegamos al centro, así que hicimos una fiesta y nos lo pasamos muy bien. Lo malo es que volvimos a beber demasiado y tuvimos que volver a postergar nuestras investigaciones durante otra semana más, tras la cual, todos llegamos al acuerdo de no volver a beber, por lo menos en dos semanas, con el único objetivo de avanzar en nuestro laborioso trabajo. Como había pasado mucho tiempo no recordábamos que era lo que habíamos descubierto, así que dedicamos un día a releer las notas y las observaciones para no equivocarnos. Al fin estábamos, otra vez, dispuestos a continuar.
     Para que nuestra investigación resultase más eficiente nos compramos una lámpara muy potente, ya que uno de los miembros del equipo había leído recientemente que la iluminación es un factor determinante en la elaboración de un trabajo bien hecho. Dispuestos a todo, elaboramos entonces nuestra primera conclusión sobre el tema:
     “El poeta, se hallaba, durante los meses que precedieron a la concepción de su obra, mezclado”.
     Recibimos por tal deducción numerosos aplausos y un ramo de flores, cosa que alegró mucho a nuestros espíritus y a nuestras mentes. Nos hubiese gustado mucho poder decir que también a nuestras almas, pero uno de los miembros del equipo es ateo y se negó rotundamente a realizar tal afirmación. Por respeto al prójimo, cuestión que, a pesar de ser científicos e investigadores, hemos decidido considerar importante siguiendo el ejemplo de nuestro querido maestro, el poeta, llegamos al acuerdo de no utilizar la palabra “alma” en nuestro vocabulario mientras el compañero ateo estuviese presente. Éste se sintió muy halagado y a pesar de que ahora todos tenemos que esforzarnos mucho por no pronunciar esa palabra y mordernos los labios constantemente cuando nos dejamos llevar en una apasionada conversación, y de que la comunicación se ha deteriorado notablemente en el grupo por no poseer un lenguaje completo, todos estamos de acuerdo  en que la sonrisa del compañero ateo, desde que no utilizamos la palabra, se ha vuelto más fresca y alegre, y el hecho nos conmueve tanto, que le hemos restado importancia a tener que utilizar un vocabulario más pobre. En el fondo, todos nos sentimos felices y nuestras vidas no han cambiado, ya que cuando llegamos a casa podemos repetir la palabra en cuestión tantas veces como nos apetezca. De hecho, estamos pensando organizar reuniones extra laborales para pronunciar entre nosotros la palabra y si se da la ocasión componer una canción cuyo título sea “alma” y su letra también. Queremos aclarar también, en esas reuniones, el misterio que supone para nosotros que el compañero ateo no haya hecho ningún comentario sobre la palabra espíritu, y considerar la posibilidad de que todos juntos, en nuestra inocencia y bondad, estemos siendo víctimas de una pequeña broma, cosa que hemos pensado al enterarnos de que al compañero ateo lo llaman también “el gracioso” y “el simpático”. A pesar de tan horrible pensamiento, repito, nos sentimos felices ya que nos sentimos bien con nosotros mismos.
     Extenuados más con esperanza nos hallábamos en aquel momento de gozo. El aroma del ramo de flores se extendía suavemente por el centro de investigación y el compañero ateo se retorcía de risa en el suelo. Sin querer el hecho me perturbó un poco ya que los sucesos que precedieron al ataque de risa fueron peculiares. Me hallaba yo conversando apaciblemente con otro compañero cuando sin querer la palabra “alma” escapó de mis labios. Avergonzado, miré de reojo al compañero ateo, me tapé enseguida la boca y cuando estaba a punto de disculparme sucedió lo inexplicable. Al principio una sonrisa suave apareció en el rostro del compañero ateo y, de pronto, empezó a apretar los labios muy fuerte, como si estuviese conteniendo algo demasiado poderoso. Entonces estalló. Empezó a convulsionarse sumergido en un ataque de risa que parecía acrecentarse cada vez que me miraba. Por mi parte no sentí complejo alguno porque sé, por experiencia, lo extrañas que pueden resultar ciertas personas y pensé que quizás en el fondo lo que sucedía era que al compañero ateo lo que le hacía gracia era el oír la palabra “alma”, así que decidí experimentar. Valientemente me acerqué al lugar del suelo donde seguía retorciéndose y susurré muy despacio la palabra.
     - Aaaaaaaaaaaaalllllmmmmmmaaaaaaa -dije mirándole fijamente a los ojos.
     Tras un brevísimo segundo en el que la expresión del compañero pareció mostrar cierta sorpresa, la reacción fue, en efecto, la que yo había esperado. Una intensa carcajada fluía de su ser mientras con una mano se apretaba la barriga y con la otra, que mantenía cerrada pegaba puñetazos en el suelo. Insistí.
     - Aaaaaaaaaallllllllmmmmmaaaaaaaaaa.
     Sus convulsiones aumentaron. Encontré la anécdota muy curiosa y la explico en un intento por suavizar el tono científico y árido que podría tomar nuestro ensayo si no hubiéramos tenido la ocurrencia de intercalar entre nuestras reflexiones y descubrimientos, acontecimientos de un cariz un poco más personal con los que el lector pueda sentirse identificado y quizás más cercano a nosotros. Tras este breve descanso y unos momentos de hilaridad procedo a explicar nuestros siguientes pasos.
     A pesar de sentirnos muy satisfechos por nuestros recientes descubrimientos sobre el estado de mezcla en el que se hallaba el poeta poco antes de crear su obra, decidimos no conformarnos y ser más exigentes con nosotros mismos, así que dedicamos los meses siguientes a una profunda y sincera lectura del diario personal del poeta, intentando ir más allá de cualquier horizonte y descifrar lo que suponía el poeta que era una “mezcla”.
     A pesar de nuestros esfuerzos y de que cada miembro del equipo, incluso el compañero ateo, leyésemos en voz alta y muy despacio el diario, mientras los otros escuchaban, acechantes y atentos, a la búsqueda de un pequeño símbolo, no pudimos, en ningún momento, hallar nada que pudiese aclararnos el estado de ánimo en el que se hallaba el poeta. La palabra mezcla, ni siquiera aparecía en sus escritos. Nos percatamos entonces del hermetismo en el que aquel hombre había pasado su existencia; frío, distante, sin comunicarse siquiera consigo mismo a través de sus notas más íntimas; calculador y cerrado, alto y apuesto, el poeta no había dejado tras de sí una pequeña luz que pudiera enseñarnos el camino. Mostramos aquí algunas anotaciones escogidas al azar, extraídas del mismísimo diario, para que el lector pueda por sí mismo percibir el mutismo al que nos referimos. Todos nos sentíamos apenados, excepto el compañero ateo, que seguía de vez en cuando, retorciéndose por los suelos en vanas carcajadas que ninguno de los otros miembros del equipo alcanzábamos a comprender. He aquí una muestra de las anotaciones de nuestro querido y admirado protagonista, “el poeta”.
1 de septiembre
Cuando me he despertado me he dado cuenta de que me sentía solo, triste, hastiado, confundido, ignorado, angustiado, inquieto, perplejo, nervioso, acechado, asqueado, sin ilusión, la vida se cernía sobre mis espaldas como una gran roca pesada; un agujero profundo y negro parecía abrirse dentro de mí, deprimido, fracasado, inmovilizado, amordazado, intoxicado, acalorado, apesadumbrado, colérico, agarrado (a algo), hambriento, sediento, macilento (mirar que significa esta palabra en el caso de que exista si me animo un poco), mancillado, humillado, derrotado, ofendido y tenso. Así que he decidido ir al parque para despejarme y me he sentado en un banco. En cuanto me he sentado a empezado a llover y me he sentido frustrado, agobiado, enfadado, inútil, gafe y estúpido. Me he quedado inmóvil y de pronto, sin querer, he pensado que todo era una gran idiotez distractiva y que me importaba un pijo, así que he vuelto a casa y me he duchado para quitarme el agua de la lluvia. Mientras me duchaba he pensado que si todo me parecía una idiotez y me importaba un pijo, entonces, ¿para que preocuparme? Así que al salir de la ducha me he sentido contento, alegre, extasiado, ilusionado, enamorado, eufórico, pleno, feliz, empapado, entusiasmado, tranquilo, calmado, risueño, apatado (¿qué querrá decir eso? Recordar que he de mirarlo en algún diccionario, si decido hacerlo, cuando cese la euforia). Mi vida ha dado un giro. Soy un hombre nuevo.
     El escrito no necesita comentarios. El lector habrá podido observarlo por sí mismo. Nada. Nos hallamos en el punto de partida, ni una señal, ni una pista. Todo el diario es igual, un tratado estrictamente profesional, una lógica aplastante, una construcción tan perfecta que impide cualquier intento de leer entre líneas. El poeta, para todos nosotros, sigue siendo un misterio.
     Sospechamos del ateo, al que, por cierto, hemos dejado de llamar compañero. Todos le tenemos una especie de tirria irracional, sobre todo, y por alguna extraña razón, yo. Ayer sucedió un incidente curioso. Bajamos a comer a un restaurante y todos comentábamos el indescifrable diario del poeta mientras el ateo reía, ausente, para sí mismo. De pronto, en mitad de la conversación, sin parecer importarle que en aquellos momentos todos los demás miembros del equipo estuviésemos hablando, y haciendo gala de lo que a todos nos pareció una manifestación de su poca educación, nos interrumpió en seco con algo que nos pareció un muy misterioso comentario. Me miró fijamente, muy serio, y mientras lo hacía, pronunció muy lentamente, sin dejar de mirarme y vocalizando exageradamente, la palabra “ttteeeeeeeennnnnneeeeedddoooorrrrrrrr”. Me mantuve rígido en la silla, sin siquiera parpadear, intentando comprender lo que estaba sucediendo y tras unos segundos que parecieron infinitos, el ateo volvió a tirarse al suelo a reír.
     Perplejos, todos seguimos comiendo, excepto uno de los compañeros que dice que no volverá a comer nunca más porque se ha declarado en huelga de hambre. Parece que protesta en contra de algo, pero nadie, ni siquiera el ateo que últimamente parece un sabelotodo, sabemos contra qué.
     Nos encontramos desmoralizados y hemos decidido dejar las causas a un lado y pasar directamente al siguiente punto. Al momento en que el poeta concibió su frase y a un exhaustivo análisis de la misma. Todos esperamos con ilusión obtener en esta nueva faceta de nuestra investigación unos mejores resultados.
El durante
Hemos recibido de fuentes cuya veracidad queda fuera de toda duda y de informadores de una fiabilidad indiscutible (el mismo barman mencionado en el apartado anterior), información esperanzadora. Parece que el poeta se hallaba en el momento de la confección de sus mágicas palabras, sentado en un banco. Nuestra sagacidad nos ha llevado más allá de todos los límites existentes y tras arduas horas de trabajo intenso podemos afirmar con total y absoluta seguridad que mientras el poeta se hallaba sentado, en aquél que fue su banco, llovía.
     Nuestra audacia y constancia en el trabajo han provocado que todos los miembros del equipo hayamos recibido, con gran ilusión, más aplausos, aunque nos apena que uno de los compañeros, aquél que protestaba por alguna causa justa, aunque desconocida, no esté ya con nosotros. Sí. Murió de inanición. Pero su muerte no ha sido vana, ya que ha inspirado un nuevo fulgor en el equipo, que con tenacidad y orgullo ha decidido recordarlo, siempre alegre mientras trabajaba, y que en su honor ahora se mantiene hilarante en las horas más duras. Todos nos esforzamos y cantamos alguna canción mientras investigamos, intentando imitar el jolgorio de nuestro compañero desaparecido. Cantamos especialmente una canción compuesta por nosotros mismos, mencionada ya anteriormente, creo recordar, cuyo título es “alma” y su letra al final también lo ha sido. La cantamos alegres y sin ningún pudor, gritándola orgullosos ante las miradas perplejas del ateo que aunque, para disimular, continúe tirado por los suelos fingiendo reír, no puede ocultar un vago rencor y una clara envidia ante nuestras actitudes risueñas.
     Procedimos, en aquellos momentos, una vez aclarada la situación del poeta en el momento x (me tomo la libertad de llamar x al momento en que el poeta concibió su obra para no resultar extenuante y repetitivo) a aventurarnos en una fase más profunda e intentar esclarecer lo indescifrable, a resolver lo indisoluble, a aclarar por fin el significado de tan bellas palabras. Escribimos la frase en una pizarra para tenerla presente y nos dedicamos todos juntos a mirarla atentamente durante varias semanas, esperando que a alguno de los compañeros se le ocurriese algo. Todos anotamos nuestras opiniones en hojitas que no dejamos ver a nadie para no ejercer presiones ni influencias sobre nosotros mismos. Cuando, al fin, todos a la vez, decidimos leer todas las notitas, volvimos a enfrentarnos a un grave problema. No sabíamos si el poeta se refería a que debido a que todo era una gran idiotez distractiva, entonces todo le importaba un pijo, si le importaba un pijo que todo fuese una idiotez distractiva o si entre las dos frases había un punto y la última parte se refería a la lluvia. También cabía la posibilidad de que todas las idioteces fuesen distractivas, cosa que le importaba un pijo, o de que un pijo para él fuese distractivo e idiota. Pensamos también en la opción de que las idioteces que sirvieran para distraer a los pijos no fuesen importantes y en la posibilidad de que el propio poeta fuese un pijo, sin que ello le distrajese en lo más mínimo o por el contrario, encontrando ese estado muy distractivo, pero entonces no sabíamos donde colocar la palabra “idiotez”.
     Estábamos hechos un lío. Parecía que el destino se confabulaba contra nosotros y a cada paso, en vez de avanzar, retrocedíamos sumergiéndonos en un profundo túnel negro que parecía no tener salida.
     De pronto, mientras tan desesperados nos hallábamos, sucedió algo insólito. Un milagro que devolvió al equipo la fe y las ganas de vivir. De súbito y sin esperarlo, aquella tarde gris de crudo invierno, en el que el hambre y el frío se habían convertido en los peores enemigos del hombre, el timbre del centro de investigación sonó. Decidimos, tras una corta deliberación, conferirle a tan curioso hecho la condición de milagro debido a que el timbre nunca había funcionado a pesar de los numerosos intentos fallidos y las largas y tediosas horas que los miembros del equipo habíamos perdido observando al misterioso ingenio electrónico. El ateo, como siempre, reía ausente. El timbre, sonó con brío, claro y fuerte, y cual niños pequeños emocionados tras recibir su primer juguete, todos correteamos, dando saltitos y haciéndonos unos a otros miradas de complicidad, hacia la puerta. Lo que vimos tras ella nos dejó a todos estupefactos. Era el barman, ya mencionado anteriormente por cierto, que se posaba allí, ante nuestros ojos, muy quieto; los brazos caídos hacia los costados, la mirada nostálgica y perdida. Un brillo, quizás provocado por alguna extraña fiebre o por el deseo de llorar, refulgía en su mirada. Suplicante, tembloroso, con una lágrima en la mejilla, el barman pronunció las siguientes palabras en un carraspeo sordo e inseguro.
     - Por..., por favor –dijo -...quiero...
     Calló de pronto y respiró hondo, como si estuviese reuniendo valor y de golpe dijo las palabras a toda velocidad, claras, rápidas, concisas.
     - Ser miembro del equipo.
Se pasó la mano por la frente y mientras sudaba y se apoyaba en la barandilla, los miembros del equipo lo mirábamos compungidos. Lo invitamos a entrar y le preparamos un café. Mientras se lo tomaba y sin que se diese cuenta todos salimos para deliberar.
     - Quizás tenga información privilegiada -dijo uno de los miembros del equipo.
     - Quizás hasta tenga aaaaaallllllmmmmmaaaaaaa -dijo el ateo y se tiró al suelo a reír.
     Caso omiso general ante el comentario. Por unanimidad y volviendo a utilizar el método de los papelitos decidimos aceptar al barman bajo la denominación de “colaborador esencial”.
     Nos sentíamos maravillados. El trabajo había sido un éxito a pesar de todo. Habíamos conseguido despertar en un ser humano, maravillosa creación del universo, una inquietante curiosidad con respecto a la increíble persona de nuestro querido maestro el poeta. Nos sentíamos halagados. Gracias a la inserción de este nuevo miembro en el grupo de trabajo, logramos descifrar y comprender los estudios que realizó el poeta sobre las reacciones humanas y la sociología en general, partiendo siempre de la sólida base que constituía su recién descubierta frase.
El después
     - Solía sentarse en un rincón del bar -explicaba entusiasmado nuestro nuevo compañero colaborador esencial -pero su expresión había cambiado y en lugar de una mueca huraña y taciturna, sus facciones reflejaban, todas sin excepción, una cierta ironía y me aventuraría a decir que quizás cierto cinismo. A veces invitaba a algunas de sus víctimas, como él las llamaba, a su mesa, y procedía a llevar a cabo sus estudios. El individuo en cuestión se sentaba ante él, generalmente cerveza en mano y nervioso por poder permanecer tan cerca de nuestro gran héroe. El poeta, entonces, procedía a observarlo. En silencio lo miraba atentamente, sus ojos se posaban fijamente sobre el individuo, que al cabo de unos minutos solía empezar a ponerse nervioso, a moverse en la silla, rascarse la nariz o mirar al techo. Cuando el individuo empezaba a manifestar tales síntomas el poeta se erguía de pronto en su silla y sin dejar de mirarlo, gritaba: “¡Yo creo que todo es una idiotez distractiva y me importa un pijo!”. Las reacciones ante el comentario al parecer eran diversas, aunque por lo general la actitud común solía consistir en que el individuo en cuestión se levantase y se fuese a otro bar. Las pocas veces en que, tras la frase, el individuo se quedaba, el poeta sin dejar de mirarlo fijamente, sacaba una pequeña libreta y anotaba sus conclusiones. Estas son confusas ya que al hallarse el poeta mirando al individuo mientras escribía, solía apuntar frases sobrepuestas, palabras encima de otras palabras. A veces todo el escrito se centraba en una sola línea sobre la que había escrito seis o siete frases. Por desgracia olvidamos sacar la libreta de su bolsillo y se incineró con el cuerpo del poeta tras su muerte. Eso es todo lo que tengo que decir.
     Nos hallábamos mudos de asombro. Tras el choque inicial por recibir tal cantidad de información todos nos levantamos solemnemente y aplaudimos alegremente al barman por su valentía y bravura al habernos hecho aquellas confidenciales confesiones. Tras ello, procedimos, todos juntos de la mano, a cantarle a todo pulmón nuestra canción sobre el “alma”. Hasta el compañero ateo dejó de reír un momento y se acercó a darle unas palmaditas en el hombro.
     - Bravo muchacho -le dijo, y eso fue el inicio de una bonita y profunda amistad.
En efecto. El ateo y el barman se hicieron amigos y a pesar de sus miradas cómplices y al hecho de que el barman empezaba a presentar de vez en cuando aislados ataques de risa, no nos sentimos confundidos, sino contentos, ya que todos llegamos a la conclusión de que quizás el compañero ateo sólo necesitaba un poco de cariño que pudiese suplir aquellos ataques de risa descontrolada.
     Al día siguiente cuando nos reunimos para celebrar que al fin nuestro trabajo había concluido, una sorpresa se cernió sobre nosotros. El barman se levantó de pronto y trasladándose a un rincón del centro de estudios dijo:
     - He de haceros  una solemne confesión.
     Procedimos a sentarnos, colocando las sillas en una línea horizontal y recta que nos permitiese a todos poder escuchar al barman en igualdad de condiciones, y tras sortear a quien le tocaba sentarse en las esquinas, nos dedicamos a esperar ansiosos a que las palabras del barman inundasen la habitación.
     - Voy a mataros a todos.
     Todos aplaudimos un poco, sorprendidos por el comentario, pero animándolo a seguir.
     - Incluso al ateo, a pesar de que se haya hecho mi amigo.
     Volvimos a aplaudir, esta vez mirándonos unos a otros un poco asombrados.
     - Pero antes de mataros os explicaré la verdad.
     Las sonrisas volvieron a nuestros rostros y la tranquilidad a nuestros espíritus. El ateo soltó una pequeña carcajada.
     - Mi misión consiste en mantener en el más profundo secreto todo aquello que tenga algo que ver con la vida de mi hermano, el poeta. ¡Sí!, ¡Mi hermano!
     Cuando empezó a gritar así todos aplaudimos otra vez para hacerle notar que le oíamos.
     - Cuyas últimas palabras, no fueron como todo el mundo cree, las que conformaron su ingeniosa frase, sino otras muy distintas, Las últimas palabras, queridos colaboradores, de aquel gran hombre y maestro en su lecho de muerte, fueron, (procedo a citarlas textualmente): “Quiero... aaaagh,...., ....quiero, aaaagh..., quiero.....aaaaaaaaaagh, ...pasar desapercibido...aaaaaagh”. Tras lo cual murió. Y aquí me hallo yo, su más ferviente admirador, en la misión de hacer que se cumpla aquél que fue su último deseo.
     Tras esto sacó una pistola y nosotros volvimos a aplaudir mientras le mirábamos confundidos. Nadie había entendido una palabra, excepto quizás el ateo que se descojonaba en el suelo y que quizás a causa de esta falta de tacto fue el primero en recibir un balazo. Tras matar al ateo, el barman (ya mencionado anteriormente), procedió a disparar a todos los miembros del equipo, incluso a mí, que tuve la gran suerte de haberme puesto sin saber por qué, aquella mañana, un chaleco antibalas, cosa que no suelo hacer casi nunca pero que la casualidad (¡Oh, maravilloso destino!) me hizo, en un arranque irracional, utilizar aquel día. Tal fenómeno ocasionó que los disparos no provocaran en mi cuerpo el efecto deseado. Tras cavilar unos segundos, recordé haber oído en alguna parte que en ciertas ocasiones es mejor no intentar hacerse el valiente, así que me tiré al suelo y recordando las clases de teatro a las que había asistido durante mi tierna infancia, me hice el muerto. Ni un pestañeo, ni un movimiento muscular, mi actuación fue un éxito, y orgulloso por la brillante interpretación que me hallaba realizando oí como el barman recogía papeles (todo el fruto de nuestra investigación, por cierto) y salía apresuradamente del centro dejando tras de sí el sonido de sus pasos y el de una curiosa carcajada.
     - Ja, ja, ja, ja -dijo antes de salir. Entonces silencio.
     Dejé pasar un tiempo prudencial de unos segundos para asegurarme de que el ex nuevo colaborador esencial se había marchado. Cuando me levanté, sin saber por qué y de súbito, percibí que me encontraba muy bien. Por primera vez en mucho tiempo me sentía realmente libre. Pensé que quizás durante todo aquel tiempo había estado equivocado, que quizás aquél nunca había sido mi lugar. Un extraño entusiasmo recorría mi cuerpo y en ese estado me dirigí hacia la puerta de salida. Salí y cerré tras de mí sin mirar atrás siquiera por un segundo. Contento, con las manos en los bolsillos, bajé caminando lentamente una cuesta que había por allí, mientras silbaba en un tono muy melodioso y armónico, aquella que se había convertido durante los últimos tiempos, en mi canción favorita y que se llamaba “alma”.
Epílogo
Procedo ahora, tras haber escrito mis recuerdos sobre aquella época memorable a dedicar un espacio a las entusiastas cartas y opiniones recibidas en respuesta a nuestro llamado, para intentar esclarecer, a través de los pensamientos comunes, el misterio de la vida.
Carta 1
Quisiera hacer constancia, a través de esta carta, del desagrado que siento hacia este pseudo-proyecto que ustedes han tenido la desfachatez de llamar ensayo. No sólo es desagrado lo que me ha provocado la lectura de este escrito, sino una terrible indignación y la profunda certeza de que la estupidez existe. ¿Qué significa que el poeta se sentía mezclado? Siguiendo su método de investigación he buscado la palabra en el diccionario y me he tomado la libertad de adjuntar aquí mismo la definición:
     Mezcla: Acción de mezclar. Agregación de sustancias que no se combinan químicamente entre sí. Tejido de hilo de varias clases. Mortero o argamasa.
     Como ven esta amplia definición nos muestra la superficialidad en la que se basa su análisis, ¿Por qué recorren el camino a medias?, ¿por qué dejar al lector con la duda sin que pueda saber nunca que significa la palabra mezclado?, ¿es que el poeta se encontraba en ese momento como un tejido de hilos de varias clases?, ¿o quizás identificaba su estado de ánimo con un mortero o argamasa? Su superficialidad me abruma. Un análisis serio no puede dejar tantos hechos sin resolver. Por favor, me gustaría que se replantearan su método de trabajo y respondieran a mis dudas remitiendo las respuestas a la dirección adjunta.
     Me preocupa mucho y me interesa especialmente saber si el poeta ha llegado a sentirse alguna vez como una agregación de sustancias que no se combinan químicamente entre sí, estado en el que me hallo sumergido yo desde hace mucho tiempo y del que no encuentro la salida.
Jorgito
Carta 2
No he entendido nada, pero creo que no está mal.
Pepe
Carta 3
Te encontraré.
El barman (ya mencionado anteriormente).


                           





                                                                                                    

                           





                                                                                                    

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