sábado, 22 de noviembre de 2008

La mantis

I
Creo que estaba en un cuarto estrecho y oscuro, pero me daba miedo abrir los ojos para comprobarlo. Sentía el frío de la pared húmeda en la espalda y el silencio era tan profundo que podía oír los pequeños y cortos pasos de los insectos corriendo por la habitación. Pensé que tenía que salir de ahí, cuando volví a oír el sonido. Era como algo que se arrastraba con movimientos pesados y lentos y que se iba acercando a mi. Me quedaban unos minutos todavía. Nunca había visto a la cosa que se arrastraba arrastrándose y gimiendo. Odiaba esos gemidos. Parecían una risa deformada. Recordé que tenía que abrir los ojos y pensé que a lo mejor esta noche era la última. Cada vez me costaba más trabajo y sabía que, tarde o temprano, esa cosa me cazaría. Me vino a la mente la idea de rendirme, de darme por vencido, pero el instinto de supervivencia me impedía abandonarme sin luchar. Intenté abrir los ojos y sentí los párpados más pesados que nunca. Tenía que esforzarme más. Tenía que abrir los ojos.
Me concentré y sentí un ligero movimiento en los párpados. Ya estaba. Lo más difícil era que mi cuerpo adquiriera un poco de movilidad. Ahora lo que faltaba era más fácil. Acababa de recordar lo que pasaba. Era el mismo sueño de siempre y sólo tenía que despertar para que todo desapareciera. Como si fuera tan fácil.
Lentamente fui abriendo los ojos y el sonido de la cosa arrastrándose hacia mí se fue disipando. Finalmente desperté, y vi, como todas las noches cuando despertaba de ese sueño, a mi esposa saliendo del lavabo y dirigiéndose hacia la cama.
­- ¿Otra vez pesadillas? ­-preguntó, como preguntaba siempre.
- ¿Cómo lo sabes? Esta vez no he gritado.
- No lo sabía. Es la costumbre -dijo. Y se metió en la cama de espaldas a mí, durmiéndose enseguida y empezando a emitir esos asquerosos sonidos que me impedían volver a dormir.
El resto de la noche pasó lento.
En cuanto el primer rayo de luz entró por la ventana me levanté y salí corriendo de casa. Sólo a mi se me ocurría enamorarme de un monstruo nocturno. El problema era ése. A pesar de todo, de los ruidos, de los insoportables ronquidos, de las pesadillas constantes y recurrentes que sufría desde que vivía con ella, de sus miradas extrañas..., a pesar de todo eso la quería. Llevaba una semana yendo al psicólogo, porque como soy una persona objetiva, consideraba la posibilidad de que yo fuera un neurótico y me alterara con cualquier ruido que interrumpiera mis momentos de tranquilidad, pero la verdad es que cada día estaba más convencido de que los sonidos que emitía mi esposa mientras dormía no eran naturales, y le echaba la culpa de todas mis pesadillas. Además, estaba empezando a tenerle miedo.
Me sorprendí delante del edificio donde vivía mi psicólogo. Entré. Después de tocar el timbre durante un cuarto de hora sin parar, apareció en la puerta un hombre bajito, gordo y más dormido que despierto.
- Veo que contigo como paciente mis noches de sueño se han acabado. Es la tercera vez que vienes a esta hora de la madrugada esta semana. ¿Qué quieres ahora?
- Tengo una teoría perfecta acerca de mi caso.
- ¿Y no podrías esperar hasta la hora de tu cita?
- No.
- Es un caso muy curioso el tuyo. No conforme con sufrir de un insomnio terrible, tienes la delicadeza de compartirlo con los que te rodean.
- Con todos no, contigo. Bueno, ¿me dejas entrar o qué?
Se dio la vuelta resignado y caminó hacia la sala dejando la puerta abierta. Entré tras él y me senté cómodamente en un sillón.
- Creo que es mi esposa -le dije. Me miró sin decir nada, esperando a que continuara -Creo que ella no es normal, y creo también que mi vida peligra a su lado.
- Divórciate -dijo mientras emitía un bostezo.
- Es una posibilidad que he considerado, pero antes tengo que asegurarme de que no estoy loco.
- Lo estás.
- ¿Nunca te han dicho que para ser psicólogo no eres muy sutil?
- Siempre.
- ¡Oh, ya veo!, bueno, te voy a explicar mi teoría: creo que mi esposa es un monstruo -vi cómo intentaba ocultar una sonrisa. Lo ignoré_ pienso que cuando duermo se transforma en algo, no sé en qué, nunca la he visto, pero cada noche intenta matarme. No sé por qué no lo hace mientras estoy despierto, a lo mejor sólo puede matar a las personas mientras duermen. Encuentro muy curioso el hecho de que cada vez que despierto de la pesadilla ella se esté acercando a la cama.
- A lo mejor son una pareja muy sincronizada, mientras ella va al baño, tú tienes la
pesadilla, es difícil compaginar así con alguien. No la dejes.
- No me crees, ¿verdad?
- Creo que estás un poco paranoico, pero tu caso merece consideración. Hace poco
me contaron uno parecido. Un amigo tenía un paciente que todas las noches, como tú, tenía la misma pesadilla. Se quejaba también de unos ronquidos extraños que emitía su esposa mientras dormía. Al cabo de un tiempo murió, creo que de un ataque al corazón, por la noche.
- Muy consolador. Si sigues con esa actitud, acabarás sin clientes.
- No me importa, es justamente lo que te iba a decir. Me retiro. Estoy harto de escuchar las tonterías que me viene a contar la gente. Especialmente las tuyas.
- Pero no puedes retirarte ahora, tienes que ayudarme.
- No te puedo ayudar en nada, estás paranoico.
- Pero tengo un plan...
- A ver ahora qué se te habrá ocurrido…
- Mira, ya no necesito tu ayuda como psicólogo, sino como amigo.
- Tú y yo no somos amigos.
- Sí somos. Mira, te voy a explicar mi plan. Esta noche te metes debajo de mi cama con una cámara, mientras yo duermo.
- Bien, sí, sí, sí… y mientras duermes filmo tu sonrisa de angelito. No tendré nada más que hacer....
- No, no, eso no hace falta, sólo tienes que filmar a mi esposa mientras se está convirtiendo en un monstruo en el cuarto de baño.
El psicólogo se levantó, esforzándose por sonreír compasivamente, me dio unas palmaditas en la cabeza y bostezando, caminó hacia su cuarto, pero yo no me di por vencido tan fácilmente. Lo seguí.
- Si no me ayudas te seguiré siempre a donde vayas, te contaré mis problemas y no te dejaré nunca en paz, además no pararé de hablar -le dije, mientras me sentaba en una silla al lado de su cama y encendía un cigarro.
Me di cuenta de que realmente no me creía cuando me miró largamente con una expresión que reflejaba una gran resignación y mucho cansancio, pero no tuve tiempo para reflexionar sobre ello, porque enseguida me sonrió y me dijo.
- Está bien, filmaremos al monstruo; en realidad, no tengo nada que hacer esta noche. Y luego, pase lo que pase, me dejas en paz.
Salí ilusionado, pensando que por fin iba a desenmascarar a mi esposa. Me senté en un café a reflexionar sobre lo que iba a hacer. Quizás ella no fuese ningún monstruo y entonces quedaría en ridículo. Observé a la gente que caminaba por la calle y pude percibir que no había nadie que tuviera problemas como los míos. Cuando la gente tiene problemas de este tipo se nota enseguida. Me sentí muy solo. Me hubiese gustado que pasara alguien diciendo: “el monstruo de mi mujer intentó matarme la otra noche, pero claro, no lo consiguió”. No pasó nadie. Me pregunté qué clase de problemas serían los que tenía la gente que caminaba por las calles. Trabajo, dinero, familia. Pensé que quizás en ese momento me resultaría más agradable tener problemas de ese tipo. Más, por lo menos, que dormir todas las noches amenazado por algo horrible que cada día trata de cazarme. Aunque, en realidad, quién sabe…, los problemas de uno siempre parecen los más importantes. El día pasó lento; supongo que debido a que me quedé sentado en ese café hasta las siete de la tarde, mirando a la gente y lamentándome por mi mala suerte. Fue entonces cuando me di cuenta de que me sentía bastante despejado. Sólo faltaría que los cafés me despejaran toda la noche. Quizás si yo no dormía mi esposa no se transformase en nada. Y el psicólogo se reiría de mí.
Por fin llegó la hora que tanto había esperado. Las ocho treinta y seis. El psicólogo llegó puntual. Procedimos a prepararnos. Nos dirigimos a casa y subimos un banquito y una pizza y unas cuantas cervezas al baño, para que la espera no fuera tan aburrida. Se escondió en la ducha y le advertí que no hiciera mucho ruido al comer.


II
Nunca he logrado entender esas costumbres que tienen algunas personas de no respetar las costumbres. Cuando uno tiene una rutina generalmente la sigue, pero algunas personas no, y lo peor es que se les ocurre cambiar de costumbres en los momentos en que menos lo espera uno. Lo primero que dijo mi mujer cuando entró fue:
- Me voy a dar un baño.
- No -contesté.
Me miró un poco sorprendida.
- No ¿qué?
- No puedes llegar y decir me voy a dar un baño como si fuera una cosa tan natural. Ya te has dado un baño por la mañana y no nos podemos permitir esos lujos de gastar agua dos veces al día.
- Pero si somos ricos -contestó divertida.
- ¡Ah! Ahora te has vuelto egoísta. Como tienes dinero para pagarte tu agua, no piensas en toda esa gente que no tiene agua ni siquiera para beber y la gastas sin remordimientos. Pues en esta casa somos de ideas comunistas por si no lo sabías. Así que no te das ningún baño.
- ¿Quién es de ideas comunistas?
- Yo.
- Ah.
Y parece que cuando las personas que deciden cambiar de costumbres, cambian de costumbres, sólo lo hacen en parte, porque cambió muy resuelta sus horas de baño, pero no cambió en lo más mínimo su costumbre de no hacerme caso. Subió a la habitación y caminó decidida a la ducha. Abrió las cortinas y vio a un hombre bajito y gordo comiendo pizza sentado en un banquito. El psicólogo le sonrió con inocencia. Me acerqué al oírla gritar y cuando se calmó un poco, me preguntó:
- ¿Qué es esto?
Decidí disimular.
- ¿Qué?
Y señaló al psicólogo que seguía sonriendo mientras masticaba los últimos pedazos de pizza.
- Una ducha -dije disimulando más aún.
- ¡No me refiero a la ducha! –gritó -¿quién es este hombre?
- Yo no veo nada, debes estar un poco cansada. ¿Por qué no te vas a dormir?
De pronto, su actitud cambió. Pareció serenarse por completo y un brillo apareció en su mirada. Me miró de una forma extraña, con placer y casi como agradeciéndome algo. Me sonrió benévolamente y me dijo:
- Tienes razón, debo estar tan cansada que hasta veo visiones. Me voy a dormir.
Hasta mañana.
Sospeché un poco. ¿Qué tramaría? La seguí a la habitación mirándola con desconfianza. Se cambió y se metió en la cama.
- ¿Y tú?, ¿no vas a dormir?
- Sí, sí, enseguida vuelvo.
Fui al baño y después de cerrar la puerta le dije al psicólogo, que ya estaba ligeramente borracho por las cervezas:
- Cree que todo ha sido una alucinación. Seguimos con el plan “A”.
- Muy bien- contestó de manera despreocupada.
Tardé mucho en dormirme, supongo que por la cantidad de cafés que había tomado. Después dormí toda la noche como un angelito. Sin tener pesadillas ni nada. Hacía mucho tiempo que no pasaba una noche tan buena. Cuando me desperté por la mañana, noté que mi esposa olía un poco a cerveza y tenía el estómago un poco inflamado. Me dirigí apresuradamente al baño y corrí las cortinas. El psicólogo no estaba y del banquito y las cervezas no quedaba ni rastro.
- ¡Te lo has comido!, ¡animal!
- ¿Qué?
- Nada, nada, cantaba.
Encontré su sonrisa algo diferente y creí percibir que se relamía al mirarme. Sentí un escalofrío.
- Voy a desayunar, ¿vienes? -le pregunté.
- No, gracias, no tengo hambre.
Claro, ¿cómo iba tener? Ahora tendría que arreglármelas yo solo contra ella. Ideé un plan. Escondería la cámara en el baño y esa noche dormiría fuera.
Fue un éxito. La cámara captó con todo detalle la transformación. Cómo le iba cambiando el color de la piel, cómo se le alargaban las piernas y el cuerpo, hasta quedar convertida en un enorme insecto muy parecido a una mantis religiosa. Emitía unos sonidos horribles, como los que oía en mis sueños y, al contrario de lo que esperé, no me causó miedo sino una gran tristeza. Parecía que el pobre animal sufría. Mi reacción tampoco fue la que yo había esperado. En vez de matarla o dejarla, le enseñé la película y le dije que era el bicho más asqueroso que había visto en mi vida. Lloró durante horas pero, después de todo, la experiencia valió la pena. Me presentó a todas la de su especie y mientras ellas se transformaban y salían a cazar, nosotros, los esposos, nos reuníamos a jugar pocker y a ver partidos de futbol.
Dejó de hacer ruidos espantosos por las noches, causados por el hambre y la desesperación por ocultar su identidad, y nuestra relación fue mucho más placentera.
Ahora, todos los esposos de estos bichos estamos haciendo un comité para pedir protección a los insectos, en especial a las mantis. Queremos lograr que sean aceptadas en sociedad, aunque tenemos que llevar cuidado.
Y es que, la verdad, a pesar de ser unos bichos bastante feos, uno termina tomándoles cariño.
Por: Elena Pujol
Cuento publicado en la revista Asimov Ciencia Ficción y en la antología Difrentes.

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